La flor del girasol es hermosa.
Su nombre deriva de su propiedad heliotrópica, es decir, su capacidad de orientarse hacia el Sol y seguirlo en su curso diurno.
Ha sido protagonista de uno de los cuadros más bellos de la historia de la pintura: Los Girasoles, de Vicent Van Gogh.
La inflorescencia del girasol reúne numerosas, diminutas y bellas flores que se distribuyen formando un círculo perfecto.
Por esta característica se le atribuye un poder mágico que se asocia al cosmos, la inmortalidad, la evolución, el crecimiento personal y la conexión con lo divino.
Igualmente, a su movimiento constante en búsqueda del Sol se le considera una búsqueda de la luz y la necesidad de absorber energías positivas.
Para los chinos, la flor simboliza la buena suerte, la salud y la felicidad.
En otras culturas es símbolo de fortuna y riqueza.
En la mitología griega existe una linda leyenda sobre el girasol:
“Una joven ninfa del agua, Clytie, hija del dios Océano y de la diosa del mar Tetis (Titanide), se enamoró locamente del dios de la luz y el sol Apolo. Tal era su amor que todos los días seguía su recorrido desde que salía de su palacio por la mañana hasta que llegaba al atardecer por el oeste.
Día tras día Clytie seguía los pasos de su amado con los ojos llenos de amor, hasta tal punto que comenzó a olvidarse de comer y de beber…
A pesar de esta adoración nunca ganó los favores de Apolo y los días fueron pasando.
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