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martes, 15 de diciembre de 2020

La Caza Indiscriminada de Ballenas por Parte de Japón Impulsa el Calentamiento y Cambio Climático del Mundo

 

Balleneros japoneses en la Antártida


La ciencia ya ha demostrado la urgencia de reducir las emanaciones de dióxido de carbono (CO 2 ) a la atmósfera. 


Si no disminuimos en un 20 % las emisiones de gases de efecto invernadero al 2030 y no las suprimimos al 2050, la temperatura del planeta se elevará por sobre los 1,5° C respecto al período preindustrial generando impactos en cadena sobre los ecosistemas y nuestra forma de vida.


En esa carrera por detener la crisis ambiental del planeta, la conservación de las ballenas juega un rol clave.


Un reciente estudio, publicado en la revista Science Advance, señala que la pesca en altamar ha liberado a la atmósfera al menos 730 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono (CO2) desde 1950, contribuyendo así de manera notable al calentamiento global del planeta y al cambio climático.


“A diferencia de la mayoría de los organismos terrestres, que liberan su carbono a la atmósfera después de la muerte, los cadáveres de grandes peces marinos se hunden y capturan carbono en las profundidades del océano”, dice el estudio. Es lo que se conoce como «carbono azul».


El ADN gobierna nuestras vidas


¿El ADN contiene un plan de vida que debemos cumplir?


El problema es que gran parte de ese carbono azul, en lugar de estar en el fondo del mar, ha sido liberado a la atmósfera durante décadas producto de la captura desmedida de grandes cantidades de peces, entre ellos las ballenas.


Entre los animales marinos que más carbono almacenan están las ballenas. Cuando éstas mueren de manera natural, “sus cuerpos, que son gigantes y que han capturado carbono durante su vida, caen al fondo manteniendo en el suelo marino el C02”, explica Elsa Cabrera, Directora Ejecutiva del Centro de Conservación Cetácea en Chile. 


Un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) precisa que “cada gran ballena secuestra 33 toneladas de CO 2 en promedio”, y es por esa importante función que estos animales son “un aliado potentísimo en el combate a la crisis climática”, dice Cabrera, quien es también observadora acreditada en las reuniones de la Comisión Ballenera Internacional.


“En este sentido —dice Cabrera— Japón tiene un récord negrísimo en el tema de las ballenas, porque con el número que ha ayudado a capturar a través de subsidios estatales es responsable de una gran pérdida de estos animales en el océano que son aliados clave”.


Una Realidad Cuántica


Lo que no vemos pero sí ocurre

El 29 de junio de 2019, Japón se retiró de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) para poder reanudar la caza comercial de ballenas dentro de su territorio marítimo, cosa que hizo a partir del 1 de julio de ese mismo año. Para 2020, la cuota anual de ballenas que puede capturar, únicamente dentro del mar japonés, es de 120 en el caso de la ballena Minke (Balaenoptera acutorostrata), 150 para la Bryde (Balaenoptera brydei) y 25 para la Sei (Balaenoptera borealis), según datos entregados por Luis Pastene, Jefe de Ciencias del Instituto de Investigación de Cetáceos de Tokio, Japón.


Antes de eso, y mientras fue parte de la CBI, el país nipón realizó una controvertida caza de ballenas con fines científicos a través de dos programas distintos: uno en el océano Antártico que involucró la captura de ballenas Minke y otro en el Pacífico Norte con ballenas Minke, de Bryde y Sei.


Aunque Japón argumenta que el objetivo de esas investigaciones fue colectar la información necesaria para que la futura caza comercial tuviera bases científicas, quienes critican el actuar del país asiático, en cambio, aseguran que esas capturas nunca tuvieron realmente objetivos científicos. “Esto nunca fue un tema de ciencia”, dice Cabrera y asegura que así quedó demostrado en 2014 cuando la Corte Internacional de Justicia falló en contra de Japón en una demanda interpuesta por Australia y Nueva Zelanda.


“Los permisos especiales otorgados por Japón para la matanza, captura y tratamiento de ballenas en relación con el JARPA II (el programa Antártico) no eran para fines de investigación científica”, dice el fallo de la Corte.


Además del CO2 que capturan las ballenas y que secuestran en sus cuerpos al morir, estos animales fertilizan el océano con sus fecas y su orina produciendo mayores florecimientos de fitoplancton. Este último, no solo produce al menos el 50% del oxígeno en la atmósfera sino que también absorbe enormes cantidades de CO2. “Alrededor de 37 mil millones de toneladas métricas, un estimado del 40 por ciento de todo el CO2 producido”, precisa el informe del FMI, lo que equivale a la cantidad de CO2 capturada por 1,70 billones de árboles, es decir, el valor de cuatro bosques amazónicos, señala el documento.


Lamentablemente, décadas de caza industrializada de ballenas redujeron las poblaciones de estos animales y los biólogos estiman que son menores a una cuarta parte de lo que alguna vez fueron. Ahora, dice el biólogo marino Rodrigo Hucke, profesor de la Universidad Austral de Chile y presidente del Centro Ballena Azul, “nos estamos dando cuenta que tal vez los océanos eran más productivos debido a que había muchas ballenas”, por lo que “hay que dejarlas recuperarse para ver si ellas son capaces, en su impresionante rol que tienen a nivel global, a que vuelvan los mares a ser lo que fueron en su momento”, dice. (parte de artículo de Mongabay Latam - Artículo completo)

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